Hoy, 30 de enero, aniversario de la muerte de Gandhi, está declarado Día Escolar de la No Violencia y la Paz. Parece un momento oportuno para recordar, a niños y adultos, por qué la guerra es lo peor, y aún más cuando la que prevalece es la guerra de agresión.

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Con el pretexto de un oscuro terrorismo de cuño novedoso, los poderes terrenales nos vienen acostumbrando sutilmente a una dinámica de guerra. Se trata, nos dicen, de defender nuestra seguridad y preservar “nuestro modo de vida”. También, aunque cada vez más secundariamente, se apela a proteger los derechos humanos de otros pueblos (que acaban siendo, paradójicamente, las primeras víctimas de nuestras guerras). Pero sobran las evidencias para saber que son justificaciones de la guerra imperialista. Lejos queda hoy aquel alegato de Kant por La paz perpetua, cuyo 5º artículo preliminar decía: «Ningún estado debe inmiscuirse por la fuerza en la constitución y gobierno de otro.»

Pero, si cualquier violencia aislada nos parece de suyo odiosa, ¿nos hemos planteado el infierno que involucra una guerra? Quizá a quienes hemos tenido la suerte de no vivir ninguna nos cueste imaginarlo.

La guerra implica todo lo malo concebible (no podremos ser exhaustivos): violencia, odio, mentira; muertes, heridas, mutilaciones, violaciones; represión en cada bando, simplismo bipolar, espíritu totalitario; demolición de viviendas e infraestructuras, devastación ecológica, destrucción del patrimonio histórico; hacinamiento, falta de higiene, enfermedades, epidemias; mercado negro, saqueos, hambre; sentimientos de pérdida, terror, angustia, recelo, rencor; posguerra con miseria, precaria organización estatal, dominación de vencedores sobre vencidos, traumas acumulados…

Podemos decir, en consecuencia, que en las guerras se violan todos los derechos humanos y se provocan daños de toda índole (económica, psicológica, moral, ecológica…, vital). Alguien dirá que guerras con objetivos bien delimitados no tienen por qué llegar a tanto; ¿no nos enseñan lo contrario las guerras del siglo XXI?

Con todo esto, si no estamos padeciendo una guerra pero sabemos que otros sí la padecen, ¿cómo reaccionaremos? (Estamos ante la dimensión moral).

Por otra parte, la guerra imperialista indica que quienes la hacen están dispuestos a todo. Esto tiene tremendas implicaciones más allá de la guerra con tanques, aviones y misiles. Significa que los guerreristas son capaces de provocar toda la barbarie que hemos descrito con tal de preservar sus intereses y reforzar su dominio. Cuando esto es así, entonces toda la realidad se llena de guerra y violencia, aun cuando no siempre aparezcan los tanques ni se escuchen las explosiones. Y tan objetivos de guerra se tornan los pueblos cuyos recursos se quiere depredar como aquellos que conforman la retaguardia de los ejércitos agresores si se oponen a la guerra imperialista o a sus fines.

No es raro que cuando se declara el estado de guerra permanente (como viene ocurriendo desde el 11-S), se impongan leyes que violan los derechos de esos últimos pueblos (la “ley mordaza” es solo un ejemplo). Tampoco es raro que en el marco de un estado de guerra dictado por el capitalismo se coarte cualquier avance social progresista (caso de Grecia). Los recortes de libertades y derechos en los países bajo poderes belicistas son la otra cara de la guerra. En suma, los ciudadanos son tan enemigo de facto como los terroristas extranjeros.

Así pues, adquirir conciencia sobre la gravedad de la guerra resulta imperioso para frenar todos sus efectos. Con tanto mayor motivo cuanto más extenso y abarcante sea el impulso bélico, rasgo propio de la guerra imperialista que pretende la dominación del globo con la lógica consecuencia de una tiranía global. Dada la realidad que vivimos en nuestros días, esa concienciación deviene entonces tan urgente como la más destacada de nuestras prioridades, sea la que sea. Por esta razón, cualquier proyecto que busque aunar esfuerzos en red por el freno a la barbarie debe situar la denuncia, el desenmascaramiento y la oposición a la guerra (y al estado de guerra) como su primer objetivo, o al menos como un objetivo tan elevado como el que más.